lunes, 24 de marzo de 2008

LOS MONJES

Aquel día los monjes budistas juntaron los cuerpos, juntaron las manos, juntaron las mentes y, todos a una, todos a grito silencioso, todos vestidos de rojo fuego, rezaron para que la violencia cediera.
Aquel día los budistas de menor edad mostraron a todas las conciencias sus cabezas rapadas, dispuestas a que sobre ellas cayeran, como cayeron, las amenazas que ya caían contra quienes no querían la represión. En la religión de estos jóvenes con la violencia no se alcanza el nirvana, sí con la concentración austera, sí con el reparto de la tolerancia, sí con la postura en espera.
Aquel día los budistas, de rebelión juvenil y sin trampa, se postraron fuera de sus recintos sagrados y en la sagrada plena calle, para que nadie dudara de su disposición al martirio.
Aquel día los alrededores de las monumentales pagodas, templos vivos del budismo, se dispusieron a las balas, a los gases lacrimógenos, para abrir el camino cerrado por las dictaduras.
Aquel día la política sagrada se convirtió en oración desinteresada, en plena calle, y la atroz violencia en ametralladora contra los jóvenes budistas.
Son, ya los ven, muchachos, seminaristas budistas, pera entendernos. Más de uno cayó. La oración carece de antídoto contra los disparos. Pero los jóvenes budistas no siguieron arremolinados para que los viandantes pudieran transitar con libertad, no solamente por las calles que dan a los templos, a las pagodas más humildes, a las más humildes ermitas de esas tierras, sino por las calles que dan a la libertad.
Aquel día estos muchachos, rezando, lcantaron laquello de... no basta rezar, hacen falta muchas cosas para conseguir la paz.

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